Muchas Gracias a la Escritora
Cristina Loza por sus hermosas palabras en el contexto de la presentación del libro...Mensajes en la Botella...
Los mensajes en las botellas, esos gritos mudos contra el vidrio, a merced del oleaje, han sido tema de novelas, películas, estudios científicos para investigar las corrientes marinas y otros fenómenos. Palabras con pedidos de auxilio, o despedida, intentos de comunicarse, de amor, de extraños escritos, únicos en sí mismos pero con un patrón común: La esperanza. Y la esperanza nace de confiar que hay alguien del otro lado.
En el siglo XXI siguen flotando botellas sobre las olas, uniendo continentes, contando historias del pasado, en una cadena cuyos eslabones son preciosas vidas.
Juanjo Vargas lo hace utilizando el inmenso mar cibernético. Sus mensajes pivotean hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, un tiempo cuántico que no existe, si todo es presente. La mística de los templarios, la fuerza del samurái, los valores, la crianza, lo que traemos desde la cuna, y lo que incorporamos en el camino, son el contenido de estas páginas que tanto dicen del que los encuentra, como un buscador, como también nos habla de quien ha estirado el brazo, haciendo el círculo en el aire, para arrojarlo al mar. Este puñado de palabras, sencillas, sin pretensiones, es un puente entre el pasado, y el potencial futuro, para vivir el hoy, en plena conciencia y plenitud.
Ventanas para asomarse: El paisaje lo dibujan nuestros ojos.
Este es un resumen, adecuado por razones de espacio, para la contratapa del libro. Como un mensaje en la botella. Pero corresponde contar como llega a mí.
Conozco a Juanjo desde hace varios años. No tenemos lo cotidiano de ciertas amistades, pero en cada oportunidad en la que nos encontramos, me ha demostrado su cariño, respeto, que retribuyo.
Si tuviera que definirlo en un gesto, sería el del abrazo. Su solidez, su cuerpo macizo yendo al encuentro del otro, del amigo, de un proyecto, de una meta, con la misma pasión con que organiza una travesía en bicicleta, o lleva las cartas de miles de niños para entregarle al Papa en propias manos.
Juanjo tiene la desmesura de los soñadores. Y hablo de él, porque no separo su libro del autor.
Cuando llegó a mi casa, y comenzamos a conversar, a poco, los ojos le brillaban con esa luz tan especial, la luz del apasionado, del convencido de lo que hace. Le cabe bien la frase: Puedo, si creo que puedo.
Su primer libro. No conferencias, viajes, book tráiler, el comunicador se lanza a la palabra escrita, la definitiva.
Leí lo que me había llevado, aún no era libro formal, y traté de imaginar, algo que no me cuesta demasiado, esas mañanas, como cuenta él mismo, donde aún la ciudad no termina de despertar, donde la casa guarda el sueño de la familia, y uno está, solo con uno.
Sentado en su escritorio, creo que en esas madrugadas, era una multitud. Porque en los textos está el hijo, agradecido, el padre abarcador, el esposo, el amigo, el hermano, y el que necesita compartir lo que ha descubierto. Todos los pedacitos que construyen y definen la vida de alguien.
La primera vez que visité la agencia, esa enorme escalera, como una metáfora, que para alcanzar los sueños, hay que subir, escalón por escalón, para trabajar el equipo, con un líder, con el ejemplo de que todos sostienen a todos, para lograr el mejor de los resultados. Son creadores de resultados. Porque nosotros, no vemos los esfuerzos, el trabajo infernal, el tiempo que corre, ese entramado íntimo, particular, que luego brindan, en la sala a oscuras, la pantalla encendida, y espiando en nuestros rostros el asombro, la niñez devuelta, que tenemos los que hemos sido privilegiados con esas películas.
Cuando preparaba estas palabras, eligiendo las mejores, las merecidas, volví con mi recuerdo a esa primera visita, a su escritorio. Los objetos exóticos, la tierra de lejanos países, piedras con historia, adentro de otra historia, como las matrioskas rusas, porque esa tierra o esa piedra viene con un viaje, o un amigo detrás; Su rosa de Jericó, que duerme seca y callada por años, y es capaz de revivir con una sola gota de agua. La espada del samurái, con su impronta filosófica, samurái significa # el que sirve#, y en una época como la que nos toca atravesar, individualista, los valores del servicio son vitales.
Y sigo recorriendo en mi recuerdo esa sala, el timón, del capitán, del que no solo es responsable del rumbo, sino de quienes lo eligen para seguirlo. Y el tigre, poderoso, el exponente más certero de la fuerza, de la magnífica potencia. Lo que más me llamó la atención fue un casco de cuero, lleno de cascabeles, y Juanjo me narró la historia, de Temugin, del Gengis Kan, cuando aún no tenía tantos seguidores, y debía entrar en batalla, cuando sus adversarios se contaban por miles. Cascabeles en los caballos, en las lanzas, en los cascos. No es valiente quien no teme, sino quien sabe vencerlo. Juanjo lo hace en este libro, hace sonar los cascabeles, para ahuyentar los miedos que nos inventamos, para sortear las dificultades, y salir airoso.
Eso le da cierto aire romántico, necesario en estos tiempos.
En uno de los mensajes, cuenta de un arquero que tiraba flechas apuntando a la luna. Todos se le reían por tan loca idea. Nunca le dio a la luna, pero fue el mejor arquero del mundo.
Le pido Juanjo, que siga apuntando sus flechas hacia lo imposible, porque la vida se nutre de esos intentos.
Cristina Loza